Estel de Montpalau nació en el verano de 1213 del año de Nuestro Señor. Hija de Elvira de Pontós y del desaparecido Ramón Folc de MontPalau, y hermana pequeña de Pere Ramon de Montpalau, actual señor de la casa Montpalau.
Dicen que los primeros años forjan el carácter para el resto de la vida. De ser así se entendería perfectamente el carácter guerrero y audaz de la pequeña de los Montpalau.

Todo y ser hija de familia noble, su alumbramiento no fue sobre un cómodo lecho en una gran habitación de un castillo como su madre hubiera deseado. No, eso no era para ella, Estel es fuerte y sobre todo decidida. Por lo que cuando ella decidió nacer, ni un ataque tras los muros de su castillo pudo impedir que lo hiciera. Así nació sobre la tierra húmeda de un bosque, con el fragor de la batalla mezclandose con los gritos de dolor de su madre durante el parto. No nació rodeada de dulces doncellas que la atendieran con agua caliente y la envolvieron con suaves sábanas, lo hizo rodeada de los más aguerridos caballeros de Montpalau comandados por su padre.
Por si eso fuera poco para marcar su carácter, a los pocos meses de nacer, durante la celebración de la boda entre Marcet lo Puèi y MariPau en el castell de Guixà, fue arrancada de los brazos de su madre por Garsenda, una misteriosa mercenaria a las órdenes de Ademar de Fenollet. Durante meses convivió con aquella mujer, alejada de su casa y su familia, con la que pasó de bebé a niña, y justo cuando aprendía a dar sus primeros pasos, volvió a sentir de nuevo el estruendo de una batalla, y con él apareció su padre con su flamante armadura y un rostro resplandeciente para cogerla entre sus brazos y llevarla de nuevo a casa, como un héroe, su héroe.
Y ese recuerdo, lo guardaría para siempre en su corazón. Pues poco más fue el tiempo que la vida le permitió disfrutar de su padre.
A los pocos días de ese suceso y tras la boda de su hermano Pere Ramón de Montapalau con Ermenganda de Juvinyà vería como su padre cambiaba su ropaje habitual de tonos verdes, por una túnica blanca y se despedía para no volver nunca más. Su madre convirtió en leyendas aquellos hechos, para que la pequeña Estel jamás olvidará lo que su padre había hecho por ella.
Durante los siguientes años creció rodeada con el ejemplo de valerosas mujeres que le enseñaron a que una mujer puede luchar por aquello en lo que cree, como por ejemplo, Maria Cinta de Aguilar, sin la necesidad de ser la sombra de ningún hombre. Así fue como gracias a Maria Cinta de Aguilar y luego Ermenganda su cuñada, cuando Maria Cinta tuvo que irse a Tortosa, que se instruyó en las artes del combate. De su madre, Elvira de Pontós, aprendió la generosidad y a luchar contra las adversidades sin rendirse, y de Ermenganda de Juvinyà el compromiso y sentido de la responsabilidad.
De poner los pies en el suelo, se ocupó su hermano mayor Pere Ramon, que aunque tras la marcha de su padre tuvo que coger las riendas de Montpalau, siempre estuvo ahí para ella ejerciendo de figura paternal. No han sido pocas las discusiones entre él y su madre sobre lo que era correcto y su futuro. Aún así con ella siempre ha sido cariñoso y atento, intentando que nunca le faltara de nada.
A pesar de que muchos definirían a Estel como un alma libre, sorprendió la madurez con la que se tomó la decisión sobre su futuro matrimonio con Berntat III de Sales, y con la jovialidad con la que se prepara desde entonces junto su madre y Ermenganda. La mayoría apostaba que huiría al bosque donde suele pasar horas a solas perfeccionando el uso de la espada junto su yegua, y sería difícil por no decir imposible hacerla entrar en razón. Sin embargo demostró que tiene suficientes virtudes para convertirse en una gran baronesa.
Si alguien entrara en su mente, descubriría que el sentimiento de que su desaparecido padre se sienta orgulloso de ella, vale más que cualquier libertad.
